lunes, 29 de septiembre de 2014

Una de variedades dialectales y complejos


Como todos los años, toca empezar el curso haciendo evaluaciones iniciales. Este año doy Lengua en 2º de la E.S.O., a los mismos alumnos a los que di clase el año pasado cuando estaban en 1º. En la prueba inicial, incluí una pregunta que podríamos calificar como «trampa», pero que ya habíamos trabajado en clase el curso pasado. Las respuestas me dejaron asombrada y triste a la vez.

Preguntaba a mis alumnos: «¿Quién habla mejor el español, un madrileño o un canario? Razona tu respuesta».

De los 55 alumnos que hicieron la prueba, 39 (el 69,64 %) respondieron que el madrileño; 4 (el 7,14 %), que el canario y 11 (19,64 %), que ambos hablan igual de bien, aunque con diferentes variedades geográficas. Solo un alumno (1,79 %) dejó la pregunta en blanco.

No puede sino sorprenderme que más de dos tercios de la clase consideren que una variedad geográfica es mejor que la otra. Razones, varias, algunas más aceptables y otras, menos: que usan más palabras admitidas por la R.A.E., que llevan más tiempo hablando español, que pronuncian bien y nosotros no, que están en la Península y nosotros no, que hablan más fino, etc.

Iba echando un vistazo a las respuestas a medida que entregaban. Alguno me decía durante el examen: «Seño, no entiendo esta pregunta, ¿qué pongo?». Los descolocaba. Cuando todos habían entregado, les confesé que había una pregunta trampa. Todos supieron al momento de cuál se trataba y, cuando aclaramos en clase que hay muchas variedades geográficas en nuestra lengua y que todas son igual de válidas, así como que es el nivel cultural del hablante el que más afecta al grado de corrección con el que usa la lengua, ninguno disintió. Todos entendieron y aceptaron la respuesta, además de recordar (o eso espero) que en realidad ya habíamos hablado de esto mismo el curso pasado.

Entonces, ¿por qué la mayoría escribe casi sin dudarlo que uno habla mejor que el otro? ¿Por qué solo una quinta parte de la clase (y no precisamente en todos los casos se trataba de los alumnos que sacan mejores notas) es consciente de que las dos variedades son correctas o se atreve a escribirlo? Tal vez, si hubiera formulado la pregunta de otra forma (por ejemplo, «¿Crees que un madrileño habla mejor que un canario o al revés o piensas que los dos hablan igual de bien?» o «¿Dirías que una persona de la Península habla mejor el español que un canario?»), habría habido más respuestas correctas.

Por supuesto, hay que plantearse también: ¿por qué, puestos a decir que uno habla mejor, solo cuatro alumnos piensan que es más correcta la variedad canaria? Entiendo las razones para decir lo contrario, sí, pero es inevitable al experimentar este tipo de situaciones volver a pensar en ese manido complejo que muchos canarios tienen en relación con su forma de hablar castellano. Y seguro que no solo canarios, claro.

De corazón espero que, al menos a estos alumnos, no vuelva o olvidárseles esta lección. Que entiendan que toda variedad geográfica es aceptable, que no pasa nada por aspirar una «ese» (en cambio sí pasa, claro está, por no escribirla donde va) o por decir «ustedes» en vez de «vosotros».

Escribo este artículo sin ánimo ninguno de ensalzar mi variedad dialectal o de denostar otras, espero que quede claro. Sí que me gustaría que nos planteáramos (canarios y no canarios si es el caso también) si tenemos este complejo de tener un acento que no es el estándar o de utilizar palabras que no son las más usadas en el ámbito nacional, por qué lo tenemos y si merece la pena mantenerlo. Nos tienen que entender cuando hablamos, eso que vaya por delante, y tendremos que hablar con corrección y adaptarnos a nuestro oyente, pero de manera que todos salgamos ganando (a mí me encanta aprender palabras y expresiones de otros lugares) y, sobre todo, que ninguno se sienta inferior a nadie por haberse criado con un léxico y un acento diferentes al «estándar». (Y todo esto obviando el hecho de que hay una gran cantidad de países ahí fuera que hablan nuestro mismo idioma con una miríada de variedades geográficas asombrosa).

sábado, 27 de septiembre de 2014

Cómo escribir correctamente un diálogo


A muchos nos gusta escribir ficción, lo hacemos desde que estábamos en el colegio y nos mandaban a escribir un cuento y algunos seguimos aventurándonos en este mundo de adultos. Sin duda, los fallos más comunes con los que me encuentro al leer o corregir historias de ficción son aquellos relacionados con la puntuación de los diálogos entre los personajes.

Aquí van las normas básicas para el género narrativo.

Lo primero que hay que tener claro es que el guión (-) no es el signo ortográfico correcto para marcar un diálogo. Lo que debemos utilizar es la raya (—) que, como se puede apreciar, es bastante más larga que el guión. ¿De dónde la sacamos cuando escribimos a ordenador? Aquí empiezan las complicaciones. No es, obviamente, la raya baja de los correos electrónicos. Podemos encontrar la raya en «caracteres especiales» al darle a «insertar símbolo» en Word. Mi ordenador la llama «guión largo» y viene con el atajo de teclado Ctr+Alt+- (el guión debe ser el del teclado numérico). Si no encontramos la raya en los símbolos de Word o queremos estar totalmente seguros de ponerla bien, podemos buscar «raya» en el Diccionario Panhispánico de Dudas y copiar y pegar, pero es un procedimiento mucho más engorroso (dicho esto, yo lo uso muy a menudo).

El segundo detalle importante: las rayas van pegadas a lo que encerramos entre ellas, al contrario que el guión. Es decir, que escribiríamos:

—Me llamo Laura.

Y no:
*- Me llamo Laura
  o
  *— Me llamo Laura.

En otro ejemplo más largo:

—¡Hola! ¿Cómo estás?— saludó Miguel. Hace tiempo que no nos vemos.

En muchas ocasiones, como en el ejemplo anterior, el narrador añade comentarios en medio de la intervención de un personaje. En ese caso, hay que encerrar esos comentarios entre rayas y poner el signo de puntuación respectivo (punto, coma, punto y coma) tras la segunda raya y no antes de la primera. Además, hay que fijarse si el comentario comienza con uno de los llamados «verbos de habla» o «verbos dicendi» (decir, responder, preguntar, exclamar, susurrar, etc.) o no. En caso de que sí, el comentario se considera parte de la oración anterior y la primera palabra va en minúscula. Si no, se considera otra oración y, por consiguiente, debe empezar por mayúscula.

 —Hola.—La muchacha saludó con la mano—. Qué alegría verte.

En este segundo caso hay que cerrar con un punto o un signo equivalente (signo de interrogación o exclamación de cierre) la primera parte de la intervención.

Todas estas normas están recogidas en el Diccionario Panhispánico de Dudas de la R.A.E., concretamente en el artículo «raya».