jueves, 15 de noviembre de 2012

Multilingüismo en la UE




Hace ya un tiempito dije que me gustaría escribir una entrada sobre el multilingüismo en la Unión Europea. (Por cierto, nota para los que trabajamos con lenguas: esta es la expresión correcta en español, no «multilingualismo», como tenderíamos a escribir si pensamos a la inglesa).
Creo que este no solo es un aspecto muy interesante, sino, me atrevería a decir, parte integral de la quintaesencia de la Unión.
            Desde que hemos llegado aquí hemos venido escuchando varias veces esta afirmación: «Para trabajar como traductor, esta es la mejor institución que hay. No existe ninguna organización en el mundo entero que trabaje con tantas lenguas como nosotros». (Por supuesto, nos comentan que hacen esta propaganda porque trabajan aquí, si no la harían de otra institución diferente).
            Sin embargo, no podemos negar los hechos: mientras las Naciones Unidas y todas sus organizaciones dependientes trabajan con seis lenguas, el Parlamento Panafricano también (cuatro de ellas coinciden, dos difieren: el chino y el ruso dan paso al portugués y al suajili), el Consejo de Europa únicamente con dos (francés e inglés), la Unión Europea se atreve nada menos que con veintitrés.
            Desde el Reglamento nº 1/1958 se establecen las lenguas oficiales y las lenguas de trabajo de la Unión Europea. Con cada nueva adhesión, se ha ido modificando este Reglamento, para añadir las lenguas oficiales de los nuevos Estados miembros, de manera que en un principio eran muy pocas (alemán, francés, italiano y neerlandés), mientras que hoy en día hay que añadir a estas el búlgaro, el castellano, el checo, el danés, el eslovaco, el esloveno, el estonio, el finés, el griego, el húngaro, el inglés, el irlandés, el letón, el lituano, el maltés, el polaco, el portugués, el rumano y el sueco.
            Por si esto fuera poco, para complicar las cosas existen además algunas «lenguas semioficiales», como las reconocidas por el Estado español (vasco, catalán y gallego), el gaélico o el escocés.
            Solo dos lenguas oficiales de Estados miembros no lo son de la Unión. Una es el turco, oficial en Chipre, la otra, nada menos que el luxemburgués. Según nos han contado, ni la propia legislación luxemburguesa está en este idioma (recordemos que aquí son oficiales también el francés y el alemán), así que les resultaría demasiado complicado traducir todo el Derecho de la UE a este idioma).
Cada una de las lenguas oficiales es también lengua de trabajo, lo cual en la práctica significa que, desde los diputados al Parlamento en las sesiones plenarias hasta los ciudadanos de a pie que envían peticiones a la Unión, todos tenemos derecho a expresarnos en nuestro propio idioma (o, para ser más exactos, en el idioma de la UE en el que más nos apetezca) y recibir una respuesta en este mismo idioma. Por supuesto, en sesiones, reuniones de comisiones, etc., es necesario que haya intérpretes capaces de interpretar a todas estas lenguas. Asimismo, como os obvio, todo tipo de documentos importantes (es decir, los legislativos sí o sí, pero también otros muchos, como actas, comunicaciones, documentos internos, etc) deben traducirse a todas las veintitrés lenguas que hemos nombrado.
Algunos deben de estar pensando: ¿es esto posible, o viable? ¿Cuánto volumen de trabajo implica? ¿Cuántos traductores hay por unidad y cuánto traducen al día? Y quizás una de las preguntas más obvias: ¿hay en cada unidad al menos un traductor que conozca cada una de las veintidós lenguas restantes?
Hagamos un poco de matemáticas. (Voy a tomar los datos de una de las reuniones a las que asistimos en las primeras semanas).
Antes del 1 de mayo de 2004, esto es, antes de la «gran expansión», había once lenguas oficiales en la UE. (11x10=110). Estas eran las combinaciones posibles: ciento diez. En cada unidad debía haber alguien que dominara alguno de los diez idiomas restantes. Bien, teniendo en cuenta que puede haber unos veinte traductores por unidad, esto no era tan difícil. De hecho, era el caso.
Sin embargo, después de 2004, el número de lenguas oficiales creció a veinte. (20x19=380). Ahora son veintitrés (23x22=506). Quinientas seis combinaciones… es de locos, ¿verdad? Y eso sin pensar demasiado en las próximas adhesiones: Croacia, que es segura ya, y los Estados candidatos: Serbia, Islandia, Macedonia, Montenegro, la eterna Turquía…
Esta ha sido la teoría, ahora vamos a la práctica…
Obviamente, no hay traductores de todas las lenguas en todas las unidades. Sería fantástico, pero no puede pretenderse que los haya. Es aquí donde empieza a cobrar importancia el concepto de las «pivot/relay languages» o «lenguas de enlace», que son inglés, francés y alemán. Pongamos por caso que hay que traducir un texto del esloveno al húngaro y no hay ningún traductor que tenga esta combinación: la solución, igual que ocurre con la interpretación relé, pasa por una traducción intermedia en alguna de estas lenguas más comunes. Por supuesto, no es la mejor solución, pero sí la más factible y realista.
Como se deduce de este modo de trabajo, en las unidades de inglés, francés y alemán sí es necesario cubrir todas las lenguas.
Podemos decir, por lo tanto, que el multilingüismo en la UE es real, pero está, en cierto modo, controlado.
Por otro lado, la realidad es que la gran mayoría (me gustaría tener el porcentaje exacto) del volumen de trabajo para traducir está en inglés. Aunque viene de todas partes dentro de la Unión. Esto genera un nuevo problema: los ciudadanos, o los políticos, se empeñan en hablar en inglés, sin dominarlo, aun teniendo la posibilidad de hablar en su idioma. ¿El resultado? Textos plagados de errores, a veces con estructuras o expresiones incomprensibles. Esta situación ha obligado a crear un nuevo departamento, la Unidad de Edición, integrada por antiguos traductores de la Unidad de Inglés, para corregir los textos defectuosos antes (o después, que también pasa si no eres cuidadoso) de que los traductores hayan hecho su trabajo.
Desde luego, el multulingüismo de la UE, si queremos, puede ser un asunto muy polémico. ¿Vale la pena gastar tanto dinero en traducciones cuando podríamos limitarnos a unas pocas lenguas de las más comunes, o incluso solo al inglés? ¿Es necesario pagar a tantos traductores para traducir tantísima cantidad de documentos?
Indudablemente, como traductora, contesto con un rotundo «sí». Pero no solo como traductora: también como ciudadana. Tener la oportunidad de hacer una petición, presentar una queja o consultar un Reglamento o una Directiva en el propio idioma es fundamental. Ya puede ser de por sí bastante complicado el lenguaje jurídico, como para tener que comprenderlo en un idioma extranjero. Además, seamos realistas, hoy por hoy, en la UE el aprendizaje y el dominio del inglés como posible lengua vehicular sigue siendo muy irregular y extremadamente deficiente en según qué países, rangos de edad o estratos de la sociedad. Tal vez dentro de un par de generaciones todos lo dominemos, pero no es el caso ahora.
            Me ha quedado una entrada muy larga y aún así siento que no he dicho ni la mitad de lo que podría. Este asunto da para horas de debate. Me gustaría que comentaran sus opiniones al respecto.

4 comentarios:

  1. Yo también creo que es necesaria la existencia de todo este servicio de traducción e interpretación. ¿Que quizás hay cosas más imprescindibles? Es cuestión de hacer una lista si nos vemos muy apurados; pero creo que no hace falta sino saber un idioma extranjero con un nivel medio-alto para darnos cuenta de que por mucho que nos acerquemos al dominio de una lengua, con todos los medios de apoyo que tengamos, nunca nos podremos expresar con tanta exactitud como en nuestra lengua. Después de todo, es el código con el que trabaja nuestro cerebro. Aún si uno fuera especialista en lenguaje jurídico de alemán, como por caso, por infinitesimal que sea la diferencia entre la libertad de expresión en la lengua materna y el alemán en términos jurídicos, esa diferencia existe. Dado que no es factible que todo el mundo alcance tal grado de dominio, existiendo los medios para eso, permitir que las ideas se expresen en el propio idioma (o en aquél más afín dentro de las oficiales) es casi una obligación si uno quiere hacer una política internacional responsable.

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    1. Gracias por el comentario, Fer.
      Yo opino igual y es interesante lo que dices: por mucho que tu nivel de lengua extranjera sea muy bueno, la expresión nunca será completamente igual que en la lengua propia. Por eso animo también a todos los ciudadanos que se vean en la situación de dirigirse a la Unión directamente a que lo hagan siempre en su propio idioma. No solo les resultará más sencillo, sino que con casi total seguridad el mensaje será más claro. Y, además, contribuyo un poco a hacer más ameno el trabajo de los traductores. Ciertamente, no nos gustaría vivir solo del inglés, sería demasiado triste :)

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  2. Me parece que el caso de los intérpretes es perfecto. Un intérprete puede aprender varias lenguas, pero nunca ninguna va a llegar al nivel de su lengua A. Y si los intérpretes, que son los profesionales de la lengua hablada, no son capaces de dominar una lengua extranjera exactamente como su lengua materna, ¿qué nos hace creer que otros sí?

    La ignorancia, supongo. Como comenta BlackZack, cualquiera que haya estudiado una lengua extranjera hasta un nivel bastante alto puede darse cuenta de que nunca vamos a sentirnos tan cómodos en ella como en la nuestra. Y no hay más que oír a tantísimas personas que dicen hablar inglés y en realidad solo saben globish:
    http://www.youtube.com/watch?v=qyVBVN1Nvsw

    En un futuro (muy, muy lejano) quizá sería posible el plantear (que no aceptar) reducir el número de lenguas de trabajo. Hoy por hoy, es absolutamente imposible. Ya no por ideología, sino por realismo.

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    1. Muchas gracias por el comentario, Basketca.

      Efectivamente, estamos de acuerdo. Jamás se llega a hablar ni escribir una lengua extranjera como la propia.

      Entiendo que para los políticos, muchas veces, en especial cuando se trata de reuniones más sencillas y con menos participantes que una sesión plenaria, pueden entenderse más fácilmente hablando todos en inglés. Es normal buscar una lengua vehicular cuando uno está en petit comité. Sin embargo, cuando cuentas con un fantástico equipo de intérpretes, ya se vuelve innecesario.

      Con la traducción pasa lo mismo. Bastante difícil es a veces traducir textos escritos por nativos de un idioma que no son especialistas en lengua y cometen errores léxicos, gramaticales o de concordancia, pero cuando uno escribe en otro idioma, estos errores se multiplican y el texto puede convertirse en un verdadero galimatías y en un infierno para el traductor. Y cuando compruebas que ese texto inglés tan malo que estás tranduciendo al castellano fue escrito por un español, ya llega el cúlmen de la desesperación.

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